El cerro de Santa Catalina acoge desde hace tres décadas el Elogio del Horizonte. La obra del escultor vasco Eduardo Chillida fue un símbolo de la transformación de la ciudad. Sus mastodónticas dimensiones, con sus 10 metros de altura, 15,5 metros de largo, 12,5 metros de ancho y 1,40 metros de espesor, requirieron de 200 metros cúbicos de hormigón y de una cimentación realizada mediante un pilotaje que llegó a los 20 metros de profundidad para garantizar el correcto sustento de su 500 toneladas de peso.
Sus dos grandes pilares sostienen una elipse abierta que simboliza un abrazo. Una metáfora perfecta de la fusión del azul del mar y el cielo con la tierra en ese punto. Uno de sus principales atractivos es que en su interior se puede escuchar amplificado el batir de las olas del mar Cantábrico. Un oasis en el corazón de una ciudad con un un acabado oxidado que dota a la escultura de la fuerza vetusta que Chillida pretendía.
La escultura mide 10 metros de alto, 15,5 de largo y 12,5 de ancho y pesa 500 toneladas
Pero la instalación del Elogio del Horizonte en Gijón no estuvo exenta de polémica. El por aquel entonces alcalde de la ciudad, Vicente Álvarez Areces, encontró en la escultura de Eduardo Chillida un símbolo de la transformación de la villa. Los ochenta fueron unos años convulsos. La ciudad atravesó una profunda crisis industrial provocada por la reconversión del sector naval, que desembocó en meses de protestas. Fue entonces cuando comenzó su cambio y se transformó por completo. El Gijón más industrial fue, poco a poco, dejando paso a una ciudad moderna. El gobierno municipal impulsó la creación de las playas de Poniente y L’Arbeyal y recuperó el cerro de Santa Catalina, hasta entonces dependiente del Ministerio de Defensa.
Un ricón «extraordinario y sorprendente»
El Ayuntamiento gijonés pagó 175 millones de pesetas (algo más de un millón de euros) por los terrenos de L’Atalaya y los cuarteles de El Coto. El espacio liberado en Cimavilla se transformó en un parque de libre acceso para todos los gijoneses. El arquitecto Paco Pol, quien se encontraba trabajando en la remodelación del Cerro de Santa Catalina, supo de las intención de Eduardo Chillida de erigir un monumento al horizonte y contactó con él. La concesión al escultor vasco del premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1987 aceleró el proceso. Chillida visitó el parque por primera vez ese año. Un rincón en el mundo que describió como «extraordinario y sorprendente». Unos meses más tarde, el Pleno municipal dio luz verde a la instalación de la obra en la ciudad, siendo inaugurada el 9 de junio de 1990.
El Consistorio gijonés invirtió 100 millones de pesetas en su construcción. La escultura, de 500 toneladas de peso y unos diez metros de altura, recibió innumerables críticas en la época. Se celebraron manifestaciones de protesta por su instalación, llegando incluso a vandalizarse la nueva escultura antes de su inauguración con el mensaje: “Equí yacen 100 millones de pesetes del pueblu de Xixón”. Con el paso de los años, el Elogio del Horizonte se ha convertido en todo un símbolo inseparable de Gijón. La escultura es, hoy en día, un reclamo turístico para quienes visitan la ciudad y el entorno de L’Atalaya un espacio de disfrute para todos los vecinos.